miércoles, 18 de febrero de 2009

primera entrada

esta es la version corregida por mi hermana.
es la primera parte del transfondo del ejercito de hermanas de batalla, centrandose en la canonesa anya

Llevaban ya quince minutos golpeando la puerta de sus aposentos y la alarma no dejaba de sonar. Finalmente, se levantó y se estiró, dejando sonar algún chasquido de un hueso al colocarse. Los cardenales de las costillas aun le dolían. Tenían que cambiarle los vendajes del muslo así que hizo llamar a una hermana hospitalaria que le dio un par de analgésicos y con mucha delicadeza le cambio los vendajes. Se limpió suavemente con una esponja todo el cuerpo, puesto que el entrar en la ducha le provocaba dolor en casi todo el cuerpo . Cuando terminó, abrió su armario y empezó a revolver entre sus vestidos. Como era tradición en una reunión de tal importancia, tuvo que elegir uno de seda roja carmesí, sobre el que se puso un corsé hecho de ke blar y teñido de negro. Entre alaridos de dolor al apretarse las correas, se puso las botas de cuero negras, y se ató el rosarius alrededor de la cintura. Al terminar, se puso un par de joyas, y se ató la correa de la pistola y la espada alrededor de la cintura.
En cuanto salió por la puerta sus mayordomas le pusieron la capa, y le pasaron los pergaminos con los informes del día, abrieron la escotilla y salió al pasillo donde 4 hermanas celestes la esperaban con sus bolters bien cargados, para escoltarla hasta el estrategum. Fueron siguiendo las tuberías y las señales luminosas que indicaban las diferentes salas de la sección de transporte de tropas de la nave, ella estaba acostumbrada a más lujo, pero aquella no era su nave y, para muchos capitanes imperiales, una canonesa no dejaba de ser una mosca comparada con su poderosa nave. No podía quejarse.
Durante el trayecto fueron encontrándose con diferentes hermanas: desde hospitalarias y dialogantes, hasta hermanas de batalla, sobretodo de éstas, puesto que en ese momento diez mil hermanas repartidas en cuetro naves surcaban el espacio en busca de los enemigos de la inquisición y del imperio.

Cuando llego al puente, uno de los mayordomo la saludó con una reverencia y se acercó. Tenia un brazo mecánico y lo que parecía gran parte de la cabeza, cosa que le resultó repulsiva. Al igual que casi todos los servidores, ella consideraba el culto a Marte como una aberración y no entendía como cuerpos tan maravillosos como los del ser humano tenían que ser deformados, muchas veces por propia voluntad, para ser convertidos en maquinas. Siempre había preferido a mayordomos y a sus hermanas antes que a esos bichejos, pero no podía objetar nada, ella era la invitada.
A medida que iban acercándose hacia la puerta del estrategum, divisó, por los ventanales de el puente de mando, que una nave mas se había unido al convoy.
— ¿Y esa nave? ¿De quién es? —preguntó sin importar quién la respondiera.
— De los Puños Imperiales , mi señora. Se nos unirán a la batalla. Al parecer, así lo han querido los custodios. —la voz metálica y digitalizada del servidor, le resonó en la cabeza, sobretodo la palabra "custodios"
—¿Custodios? ¿Del Adeptus Custodes? ¿Hay un adeptus custode en la flota?—tuvo que respirar profundo para disimular la emoción de ese momento. Alguien de su posición no debía quedarse anonadada, por muy emocionante que fuera la noticia.
— Sí, mi señora, ha pedido asistir a la reunión pero ésta empieza con retraso a la espera de su señoría.
Al escuchar esas palabras, estuvo a punto de desenvainar la espada y cortarle la cabeza al servidor. Pero ella era la invitada y debía comportarse. Así que, haciendo caso omiso de la pulla y evitando ponerse a llorar por la vergüenza de hacer esperar a un custodes, abrió las puertas del estrategum, dejó las armas a un lado y a su escolta a la espera fuera de la estancia. Se fijó que, al darles la orden de que esperasen, estaban mas por intentar encontrar al custodes entre los asistentes que de velar por su seguridad. Se cerró la puerta y nada más cerrarse, empezó a escuchar los comentarios de emoción de su escolta, algo que la cabreó pues, a pesar de la exsotica situación, no era forma de comportarse de una Sororita.
Dio media vuelta y se acercó a la gente allí reunida: los capitanes de los 3 cruceros y del acorazado, el general de la guardia imperial y su segundo, un alto inquisidor, el señor de los navegantes y allí estaba, junto al, ya de por sí espléndido, capitán de los Puños Imperiales, el Adeptus Custodes.
Con su preciosa alabarda guardiana, de hoja plateada con ligueros tonos azules que daban la impresión de que fuera de agua y su escudo dorado formado por un Aquila con cientos de filigranas a su alrededor y con un rayo rampante agarrado entre las zarpas. Su armadura era dorada, las hombreras estaba hachas de tal forma que pareciera que un Aquila enorma reposaba en cada una de ellas. En la placa pectoral otro Aquila con las alas estendidas y con una cuarda roja entre las garras miraba con ojos amenazantes y una capa rojo carmesí caia asta mas alla de sus sulo, reposando en el suelo, esta estaba adoranada con escrito en ilo de oro. A pesar de que la reunión exigía ir desarmado, nadie tendría la osadía de desarmar a un custodio.
Cuando ella entró, poca gente se inmuto, a excepción del inquisidor que la miró lascivamente, a pesar de su situación como sirvienta de la inquisición, cuanto menos contacto mantuviese con estos despreciables individuos mucho mejor. Poca gente se percató de su presencia , a excepción del Custodio, que dejó la alabarda y el escudo a su escudero que estaba detrás, y empezó a andar hacia ella, con el capitán de los puños imperiales bien pegado a los talones. A cada paso que daba la sala entera se estremecía y todos los presentes le miraban con éxtasis y emoción. Cuando llegó ante ella, inclinó la rodilla en señal de respeto. A pesar de ser increíblemente bello, ese individuo era capaz de matar a todos los tripulantes de la nave en cuestión de horas sin siquiera cansarse. Eso le provocaba una mezcla entre emoción y miedo que le daban náuseas, pero se aguantó. Cuando se irguió, el Custodes se sacó el yelmo dejando caer su cabellera rubia, y se lo puso bajo el brazo mientras lo aguantaba con una mano. Con la otra le cogió la suya. A su lado, su pequeña y delicada mano se perdia en ese guante enfundado en oro y plata, una de las monstruosas manos típicas del Adeptus Astarte. El Custodes se inclinó levemente, y le besó la mano, cosa que hizo que ella se ruborizara y casi desmayase por la emoción. Él se irguió y le habló en susurros.
— Es un placer conocerla, canonesa Anya, más tarde desearía hablar con vos en privado, tengo asuntos que tratar con mi señora. —le dejó la mano y se colocó en la posición que le tocaría a alguien de sus estatus, en todo momento escoltado por el Puño Imperial. En ese momento se dio cuenta de que todos los miembros de la sala tenían sus ojos puestos en ella.

Empezaron, una de esas aburridas reuniones más de política que de estrategia militar. En condiciones normales sé hubiese dormido, pero el corazón le latía tan rápido que era casi incapaz de no jadear. De vez en cuando, una sensación agradable le recorría todo el cuerpo seguida de un cansancio que le hacia entrecerrar los ojos. Cuando puso una de sus manos en la mesa, se fijó en que estaba sudando. No mucho, por supuesto, pero sudando al fin y al cabo. Se notaba empapada y notaba como si la habitación fuera cada vez más pequeña. Y ese calor asfixiante... Por suerte, antes de que se desmayara, un holograma enorme apareció en el centro de la sala seguido de gritos y explosiones. Se centrço de inmediato en la imagen proyectada. Y escuchó al embajador de ese mundo llamado "Berephon III" que hasta hace poco ni siquiera sabía que existía.
— Por esta razón y todas las demás que hemos mencionado, el gobierno de "Berephon III" requiere la intervención de las fuerzas imperiales. —acabó diciendo el embajador del planeta.
— Y la tendrá —comunico el inquisidor—. Nos debe informar de todos los detalles: defensas aprovisionamiento y.. —el embajador le interrumpió.
— Lo siento mucho, su santidad, pero carezco de esa información. Casi todas las fuerzas leales fueron asesinadas para conseguir que saliera de sistema para llevar la noticia al ministrorum.
— Es una pésima noticia. Tendremos que pedirle consejo al Adeptus Astarte, ya que nos honran con su presencia no solicitada y que son propensos a causar muchísimas bajas. —Inquirió el inquisidor
— Mi señor, por favor, tenga piedad de los civiles, les ha cogido todo de por medio y son inocentes. —ante esa afirmación el inquisidor hizo una mueca, se levantó de golpe y dijo:
— La inocencia no es prueba de nada. En vista de su inestimable ayuda, llévense al embajador a sus aposentes —mientras dos guardias se lo llevaban, el inquisidor miró uno a uno a todos los presentes que, con mucha precaución, disimulaban su cara de desapruebo—. Señores y señora, lo que tenemos entre manos no solo es una revuelta, podría significar una rebelión en todo el sistema. Así que tendremos que dar un rápido final a ese planeta, que tal... ¿un exterminatus? —mientras decía eso se le erizaban todos los pelos del cuerpo, era evidente que la palabra le causaba cierto placer.
La sala permaneció en silencio, todo el mundo sabía que no servía de nada discutir, lo que dijera el inquisidor iría a misa, y nada ni nadie podría hacerle cambiar de opinión. De repente, una voz retumbó en la sala. Contundente y misteriosa aún cuando solo dijo una palabra: "NO".
Todos se quedaron mirando los unos a los otros, hasta que el puño imperial rompió el silencio.
— El Custode ha hablado. Él habla con la voz del emperador y ésta es su voluntad. Debe ser cumplida. No habrá exterminatus alguno. Un asalto planetario —cogió el puntero láser y señaló diferentes secciones del mapa—, desplegaremos una base móvil detrás de esa colina y les bombardearemos día y noche. Antes de eso, yo y una de mis unidades, junto a la Canonesa Anya y su séquito, realizaremos un ataque relámpago en el interior. Si todo sale como está planeado, abriremos las puertas de la ciudad y mis astartes entrarán. En menos de tres días la ciudad estará asegurada.
— Lo dice con mucha tranquilidad, pero somos nosotros y no vos quien decide la estrategia a seguir. ¿Qué le da autoridad para dar órdenes a esta asamblea?—dijo con cierto tono de autoridad el aprendiz del sumo inquisidor—. No es más que uno de nuestros muchos sirvientes.
Ante esa palabra, el inquisidor veterano que estaba a su lado, previendo la reacción del marine, se aparto de su aprendiz, y el que se se sentaba al lado de este le falto tiempo para imitarle.
— ¿Uno de tus numerosos sirvientes? Para ser un inquisidor no conoces muy bien la política imperial. ¿Que por qué autoridad puedo darte ordenes? Fácil, soy un astarte, intenta impedírmelo. —cuando acabó el numerito y los de a su alrededor se relajaron.
__ ¡Somos la santa inquisición, todo el imperio se somente a nuesto jucio¡. __ antes de terminar el Astarte se había levantado con todos sus 2,68 metros de aluta, y intercambio una mirada asesina con el aprendiz. El marine le escupió en toda la cara.
— ¿Y con esto intentas demostrar tu poderío? ¿Con un escupita...? —el escupitajo estaba fundiendo su traje y ya había roto la cadena que sostenía el rosarius. El aprendiz se puso de pie a gritar y patalear, hasta que el sumo inquisidor acabó con su sufrimiento. Le puso la mano en la cabeza y el aprendiz se desplomó. El inquisidor ni se molestó en sentarse empezó a ir hasta la puerta.
— Al parecer, ya tenéis unas ordenes así que cumplidlas. Se levanta la sesión.
Al decir estas palabras, estaba claro cuál sería su misión. En menos de una semana estaría rodeada de objetivos hostiles, codo con codo con los Ángeles de la Muerte.
Una mano cibernética le tocó el hombro.
— Mi señora, la reunión ha acabado, debería irse —era uno de los capitanes de nave, o era el CAG ya no lo sabia, le daba igual—. Si me permite la pregunta ¿cómo ha fue?
— Increíble, sobre todo cuando me habló. —dijo con alegría la canonesa al recordarlo.
— Mi señora… - el oficial había palidezido en el acto, parecía un poco avergonzado.
-¿si, que ocurre?-
-él no le hablo. — termino de decir el oficial, algo avergonzado. Se quedó paralizada ante la información. Al ver que no reaccionaba el capitán se despidió y se fue.

3 comentarios:

  1. Bueno, me ha costado pero al final lo leí. No está mal, pero hay algunas escenas que no terminan de cuadrar y muchas cosas que omites y que alguien que no está puesto en el tema no conoce, por lo tanto es fácil perderse. Alguna que otra descripción sobre algún que otro concepto no estaría mal. El final es algo confuso, he tenido que releerlo para entenderlo, igual habría que ser más explícito y añadir algo más al final para que se entienda mejor.
    Ahora cuida las faltas, si quieres escribir, lo primero es eso.

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  2. ¡Y a ver si te "alistas" a mi blog, que no te cuesta nada!

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  3. Ahora es cuando puedes editar y colocar la versión corregida y arreglada. :)
    O, mejor aún, ponla como una entrada independiente y escribe un poquito antes para explicarlo (si quieres también te corrijo la presentación)-

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